viernes, 18 de abril de 2008

Poodle Death


Qué decir de Esmeralda, a nadie le caía bien, era una mordedora de familiares, novias y amigos, son contados con la mano aquellos a quienes recibía de espaldas al suelo y barriga al aire ansiando una caricia. Una vez un amigo llegó a mi casa y encontró la puerta sin seguro… entró y Esmeralda en vez de agredir a quien pudiera ser un ladrón, se dio media vuelta y se dejó caer para que mi amigo le frotara el estomago. Era noble en el fondo, ladraba sin cesar a los recién llegados por puro temor, así como cuando solemos hacernos los fuertes para que no nos hieran, era demasiado humana. Cascarrabias y glotona, cuando se acostaba plácidamente a descansar de no hacer nada era intocable, la aproximación a más de 2 metros de su posición era casi como una violación al espacio aéreo de los estados unidos, avisaba con un gruñido, luego advertía más gráficamente alzando los labios y mostrando los colmillos, los inteligentes nos alejábamos, los más atrevidos vieron sangre en sus manos más de una vez.

Cuando llegabas a conocerla era una experiencia casi romántica, te buscaba tanto como tu podías buscarla a ella, todos, incluso a quienes ella consideraba como sus más acérrimos enemigos tuvieron el placer de rascarle la cabeza cuando a ella le dio la gana de que así fuera. A quienes quería les entregaba toda su alma en un batido de cola que a veces hacia vibrar todo su cuerpo, llegar a casa era encontrarla corriendo de acá para allá buscando a cada miembro de la familia para darle su respectiva lengüetada babosa en la mano, iba y venía y siempre la llamábamos una y otra vez para que tuviera que volver, el saludo más largo siempre era para mamá, quien algún día dijo que no le gustaban los perros, pero que le gustaba Esmeralda.

Ella y yo éramos amigos, no de esos incondicionales, pero sí buenos amigos, varias veces la rescaté de ataques de perros más grandes, y alguna vez también me fue imposible protegerla y sufrió mordeduras tontas que la hacían cojear por una semana. Se parecía a mí, cobarde, de esos que ladran y se esconden cuando el problema se hace grande. De Esmeralda y sus experiencias con perros enormes aprendí que el dialogo es la mejor solución, sobre todo cuando no eres grande para pelear.

Algo también entendí del amor incondicional, de ese que no se desvanece con los golpes ni los abandonos, de ese que es eterno sobre las patadas y los empujones, incluso sobre el desprecio, de ella aprendí que la autoridad de papá era buena hasta cierto punto, porque ella que fue la que más sufrió de los golpes los primeros años siempre conservó un saludo tierno para él y logró su respeto cuando se cansó de ser maltratada y le mordió con furia un dedo que él nos mostró iracundo jurando que cuando volviéramos esa noche a casa Esmeralda estaría en la calle. Cuando volvimos Esmeralda no solo no estaba en la calle, sino que estaba en la cama de mis padres. Él no le volvió a pegar.

No solo estuvo en peligro por los ataques de otros perros, también lo estuvo por glotona. En una ocasión tratando de alcanzar una pata de pollo que colgaba de un plato en la cocina, dio saltó y aunque consiguió atrapar la presa cayó con una de sus patas dentro de un sifón sin rejilla. Por tres meses caminó en tres patas. Un día la encontramos debajo de la cama con la cara hinchada y morada, se había comido una cucaracha muerta y el mismo insecticida la intoxicó, un plato de leche y la suerte de que un amigo mío que se estaba quedando en la casa lo recomendó le salvó la vida. La tercera vez que estuvo en peligro inminente de muerte fue porque yo la quería matar, y con justa razón. Otro amigo que salía de vacaciones me pidió que cuidara a su adorado hámster durante el fin de semana, el hámster se salió de su jaula y Esmeralda lo mató. Solo años después le revelé a mi amigo las verdaderas circunstancias del deceso de su ratón, antes de eso le había asegurado que el pobre animal había inexplicablemente amanecido muerto, aunque me preguntaba con insistencia el por qué de las marcas de mordeduras y la humedad de todo el pelaje del hámster. Los misterios de la vida.

Nos acompañó durante 12 años. La mitad de mi vida. Llegó a nosotros por suerte en una rifa que mi hermano se ganó en el colegio por ser destacado en la labor de recoger periódico para llevar al reciclaje que generaría ingresos para ayudar a los pobres. Esmeralda llegó a nosotros por una buena causa.

Muchas veces al no tener con quien hablar yo recurría a ella, era de las que no escuchaba, le importaban un cacahuate mis líos y a la mitad de las confesiones se alejaba buscando alguna emoción que mis quejas no le daban. Un día sentí que me habló, juro que vi su boca moverse tan humanamente que brinqué del susto y salí corriendo a contárselo a todos, quizás era el momento en que me iba a revelar que tenía el poder de hablar pero como salí despavorido se arrepintió y nunca más intentó comunicarse conmigo. Un día le compuse una canción que el público aplaudió, era un rock and roll dulzón, el coro decía: “Nunca hace na´ y hace todo por mí, no dice na´ pero me hace feliz… más na´…..” se titulaba “La piltre” contracción de “la piltrafa” que era un término que utilizábamos para llamar a las cosas que no sirven para un carajo. Así era Esmeralda. Plena. Aunque murió virgen, y eso es inhumano.

Era parte importante de cada proyecto familiar, nunca se planificó nada sin pensar en ella, las vacaciones podían verse frustradas si el perro no podía ir con nosotros. Yo pensaba que era posible abrir un par de sacos de comida para perro y dejarlos por ahí para que ella se sirviera sola durante el tiempo que estuviéramos fuera, pero nunca nadie me apoyó en la idea. Fue parte de la historia familiar, nunca hubo otro perro igual, era la última de las decisiones de toda la familia de tener un perro en casa.

Lo último que recuerdo de ella fue haberle sobado la cabeza mientras salía de casa. Hacia un año y medio que no la veía. Vivió más tiempo con mi familia que yo. Cuando me dijeron que se encontraba enferma me preocupé un poco, pero creí que habría tiempo de volverla a ver para poder contarle un secreto que solo quería que ella supiera.

Ayer murió entre las manos de un doctor que le pidió a mi hermano que no la dejara sufrir más, que estaba vieja, agotada y muy enferma. Ayer 16 de Abril los perros dejaron de ladrar y Esmeralda se fue, quizás a un lugar mejor, aunque vivió bien chévere la condenada.

¡Besos donde quiera que estés animal! Y juicio.

No hay comentarios: