viernes, 15 de febrero de 2008

Tiroteo en Universidad de Illinois.


Otros siete muertos para la larga lista de la psicopatía norteamericana, y yo que creía que vivir allá era seguro. Entre los avionazos, las guerras y los locos que disparan contra sus compañeros de clase creo tener suficientes motivos para sentirme siquiera un tanto afortunado por permanecer plantado en el tercer mundo que es Latinoamérica. No con infinita convicción me atrevo a decir que si bien por estas latitudes estamos más cerca del simio que del hombre estamos a salvo de los psicópatas inesperados, acá de lejos se distingue al que está a punto de dispararle a alguien, somos auténticos.

En el colegio que estructuró mis ideas de cara al verdadero mundo allá en barranquilla Colombia era imposible que un alumno se destrincara a balazos contra los demás, nadie tenía dinero para comprar un arma y mucho menos nuestros padres guardaban alguna debajo de la almohada, en Colombia no se acostumbra cazar y si bien es un país violento, en honor a la verdad, el dinero se gasta en alcohol para olvidar las penas, a la gente de mi país le asustan las armas, los ladrones que entraban por la noche a las casas eran ajusticiados a bate.

Mientras en Colorado aquel par de muchachos sembraban el terror en su escuela con armas automáticas, en el mío el terror lo sembraba aquel que tenía el puñal, todos sabíamos quién era y el tipo jamás lo usó, era pura bravuconería. La única vez que un arma se coló en las aulas de clases cobró una sola víctima, el dueño del arma, que de huevón se puso a escudriñarla en el baño y una bala le atravesó el cráneo entrando por un ojo. Una tragedia, por supuesto, pero el que se pone a jugar con un arma merece estar muerto, así que la vida siguió sin muchas lágrimas que recordar.

Obvio que hay gente que muere en nuestras aulas de clases, sería iluso pensar que no, pero no vivimos promulgando que por acá no pasa nada, afrontamos a nuestros malandros y a nuestros muertos con la misma convicción que afrontamos todo, a medias. Nuestros muertos son hijos de la pobreza, de la falta de educación, de la intolerancia, pero no de los psicópatas, los psicópatas los hacen los gringos, nosotros solo hacemos algunos asesinos de poca monta que aumentan su listado de victimas no más porque somos incompetentes para detenerlos.

A los gringos les aplaudo los avances tecnológicos, su infraestructura y Hollywood, que es criticablemente exquisito. Y es que solo a un hijo de Hollywood se le ocurre descargar un cartucho de plomo en un auditorio un día de san Valentín, ¡wow! Es tan predecible que no sé cómo no se les ocurrió antes. Capone hizo un matanza un día de san Valentín, pero él no cuenta porque era un hombre de empresa y en los negocios, la guerra y el amor todo se vale.

Hay muchos que siguen buscando el sueño americano, yo no, a mi me gusta negar con la cabeza indignado ante cada repudiable acto de nuestra maza pendeja de gente ilógica. Allá los gringos con su sociedad perfecta y controlada, entre mis probabilidades está morir inocentemente en un tiroteo entre dos pandillas enemigas o en medio de un atraco a un banco, pero que un idiota entre a mi salón de clases en donde trato de instruirme para escribir mejor y termine mis días sangrando sobre un cuaderno por culpa de lo Americanos, ahí sí como dicen por acá en Venezuela, “me mamas el guevo”.


Ludwig

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